lunes, 6 de diciembre de 2010

¿QUIÉN MATÓ A RODOLFO?



Rodolfo Walsh
 
            Rodolfo Walsh, además de todo lo que representa como figura de la cultura, es también un símbolo de convicción política. Desaparecido desde el 25 de marzo de 1977 –luego de cumplido el primer año del último golpe de estado y un día después de la fecha que llevaba su afamada Carta a la “infausta Junta Militar” –, cuando fuera emboscado en la intersección de las avenidas San Juan y Entre Ríos de la Ciudad de Buenos Aires, supuestamente por un grupo comandado por el ya casi olvidado Alfredo Astiz, el eximio escritor trascendió la dimensión del hombre y se elevó a la categoría de mito.
El oriundo de Choele-Choel y lúcido ajedrecista, autor de estupendos cuentos policiales y relatos impregnados de deliberada oscuridad, todos construidos a partir de una prosa fluida y seductora que también apelaba al humor y la ironía (por caso, Cuento para tahúres, Tres portugueses bajo un paraguas (sin contar el muerto), o Los ojos del traidor, son imperdibles), en un punto sintió que la ficción lo encorsetaba y no lo completaba como escritor. Fue Walsh el que produjo en la Argentina el sincretismo entre periodismo y literatura. Bajo el ala del nuevo género literario non fiction (no ficción), fue que encontró la plenitud de su capacidad expresiva puesto que, lo que ya era magistral, ahora se nutría con lo más sagaz del investigador y la curiosidad indomable del periodista que, si bien desde siempre convivieron en el mismo Walsh, en este punto se revelaban del todo evidentes; además, claro está, de la ideología del autor que atravesaba transversalmente gran parte de su obra.
Así, surgieron los textos paradigmáticos de su vasta producción: Operación Masacre (investigación periodística sobre el fusilamiento ilegal de civiles ocurrido en 1956 en la localidad bonaerense de José León Suárez, en tiempos de la “Revolución Libertadora”), ¿Quién mató a Rosendo? y El caso Satanowsky (acerca de los asesinatos del dirigente de la UOM Rosendo García y de Marcos Satanowsky), o Esa Mujer. En relación a ésta última sólo diré que la forma en que lleva el relato, prescindiendo siempre de nombrar a quién se refiere (Eva Perón), y suplantar la identidad por “esa mujer”, es una proeza literaria de la que no existe igual.
Pero, Walsh, no sería Walsh, sino por el duro derrotero interior al que estuvo sometido su espíritu. Nómade de afectos y sin arraigos familiares, nada pudo detenerlo en la ingente búsqueda de su cruel destino. Como el “agón” que es el que lucha (también el que muere, el que agoniza) y sabiendo que al final del camino no habría más que calamidades, el ya prestigioso hombre de letras e intelectual político, referente insoslayable del pensamiento nacional y popular, trocó su existencia en militancia activa. Con el dolor a cuestas por la muerte de su hija mayor ,María Victoria/Vicky, relatada por el mismo Walsh en una carta a sus amigos, el hombre que fue, iba, paulatinamente, desencarnando para asumir, más temprano que tarde, un lugar más allá del ser.
El que suscribe, siempre sostuvo que una sola frase -a lo sumo dos- alcanzan para justificar por sí solas la carrera completa de un escritor. Es decir, si se acepta lo que sostengo, que no le hace falta a Neruda más que: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche...”[1], o, a José Ingenieros: “El hombre que se postra ante el rango de fetiches pomposos, logra hacer carrera en el mundo convencional al que sacrifica su personalidad, lo merece. Su destino es frecuentar antesalas para mendigar favores, perfeccionando en protocolos serviles su condición de siervo”[2], aunque, de más está decir que podría apelar a infinitas citas de ambos y todas serían igual de buenas, he ahí el secreto de lo que planteo.
En el caso de Rodolfo Walsh encuentro la justificación a la que aludo, en la última parte de su Carta Abierta a la Junta Militar (argumenta el político, narra el escritor), cuando dice: “Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”.
Pudieron matar al hombre, es cierto, mas no a su palabra, mas no al mito. Ya no importa quién o quiénes lo hayan hecho, pues el olvido más frío es la condena que la memoria perenne de Walsh, de modo inapelable, les ha impuesto. Y está bien que así sea.
Ricardo Tejerina / 2010




[1] Neruda, Pablo, Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
[2] Ingenieros, José, Las fuerzas morales.