miércoles, 28 de diciembre de 2011

DE VUELOS Y OLVIDOS

Salvador Dalí

Muy lejos de aquí, en un pueblo donde las calles no tienen nombres y los ancianos han olvidado por completo sus recuerdos, existió un pájaro que nunca aprendió a volar. Su andar cabizbajo denunciaba la tristeza del ave trunca. Al principio, cuando todavía creía que con el tiempo esa dificultad se subsanaría, se hizo diestro en el arte del disimulo. Tanto es así que son célebres las múltiples excusas que el pájaro esgrimía cada vez que era instado a remontarse por los aires. En una ocasión llegó a decir que ese día no volaría porque él acostumbraba a hacerlo tan alto que las nubes tiznaban su plumaje. A su alrededor se tejieron un sinnúmero de historias que hoy día ya nadie recuerda. Muchas de ellas aseguraban que el pájaro había volado en sus años mozos y que luego dejó de hacerlo por una promesa de amor. Otras sostenían que una princesa maléfica lo había condenado a arrastrar sus alas por toda la eternidad, pues ella envidiaba la libertad de las aves. Las más heroicas lo pintaban como un bravo pájaro que había sido mutilado por predadores de la especie. Sin embargo, ninguna acertaba la verdadera causa ni desentrañaba la razón de por qué existía un curioso ejemplar alado que no podía volar. Casi en el ocaso de la vida, cuando desvalido el pájaro necesitaba la ayuda del prójimo, un anciano lo recogió de la calle gélida. Luego de una amena tertulia mantenida con su longevo protector, el pájaro se sintió cómodo y le confesó al viejo su problema: no puedo volar, le dijo. El anciano lo miró con piedad y con tono paternal lo consoló: siempre pudiste, lo que sucedió es que tu misión era otra, fuiste diferente para que todos los demás fueran iguales. Nadie repara en todas las aves que vuelan, pues ésa es su naturaleza, pero sí lo hacen en aquélla que no puede hacerlo. Inspiraste a poetas y trovadores que contaron tu desdicha con las más bellas armonías, aunque de ello nada queda. Movilizaste a pintores que te han representado de mil maneras con tus patas en la tierra, pero todos esos lienzos se han perdido. Por años fuiste adoptado como símbolo de la iglesia del pueblo y recibiste a los feligreses –hoy ya muertos– posado en la fontana del agua bendita… ¡Pero yo quería volar!, gritó el pájaro con tono destemplado. Tú puedes volar –dijo el viejo–, pero el día que lo hagas nosotros te olvidaremos porque uno más serás. No obstante, ve y cumple tu mandato, pues tu destino es volar… y el nuestro, tanto peor, siempre ha sido el mismo: olvidar.   

Ricardo Tejerina / 2011

sábado, 24 de diciembre de 2011

MI CUENTO DE NAVIDAD


Vincent van Gogh


Los cuentos de Navidad, por lo general, son relatos que exaltan las virtudes humanas y los actos altruistas, o las repentinas conversiones místicas de los protagonistas, o los sucesos extraordinarios que siempre tienen que ver con hacer el bien sin mirar a quién. En todos ellos sobrevuela la idea de que los hombres son buenos, y que si alguno no lo fuera, la Navidad es el momento propicio para el cambio trascendental. Quien desee escribir un cuento de Navidad y transite por estos caminos, de seguro hará lo correcto.
Sin embargo, mi cuento de Navidad no es así. Mi cuento de Navidad es cruel, hostil y desangelado. Mi cuento de Navidad es la crónica de un día de paco, o una historia de motochorros, o la vanagloria de un déspota. También podría ser el relato del miserable que le saca los documentos a la gente el día antes de una elección, el de una salidera, o el del que se roba la plata de  un plan de asistencia social.
Mi cuento de Navidad no tiene héroes, no tiene magia, no tiene regalos ni trineos. Tampoco tiene villancicos ni luces de colores. Mi cuento de Navidad no tiene esperanza. Porque mi cuento de Navidad habla de la miseria del más pobre, de la tristeza del más solo, de la angustia del más mortificado, del padecimiento del más adolorido, del resentimiento del más olvidado y de la ruindad del más malvado. Mi cuento de Navidad, en verdad, no es un cuento. Porque la vida, como decía Luis,[1] no es de Navidad.
Pero, por suerte, mi cuento de Navidad no está escrito, porque me duele dejar para siempre en el papel estas sensaciones tan dolorosas, tan desprovistas del espíritu navideño, tan sembradas de cardos y de ortigas por provenir de la más cruda realidad.
Mi cuento de Navidad es, entonces, un tiempo detenido, un pensamiento recóndito, una palabra no dicha. Mi cuento de Navidad no es éste, sino el próximo.

Ricardo Tejerina / 2011


[1] La Navidad de Luis, León Gieco.


martes, 20 de diciembre de 2011

ME GUSTAN LOS PINTORES

José Curia

Entre todos los artistas, me gustan los pintores. Alguna vez me dijeron con tono científico que esa preferencia mía se debía a que tengo una organización cognitiva visual y que eso hace que las imágenes tomen una posición dominante en mi manera de entender y procesar la realidad. Puede ser, pero prefiero una razón más simple: me gustan los pintores porque me ilusionan con sus paletas y sus telas. Al fin y al cabo, es mi gusto y también mi deseo; no tengo por qué someterlos a la cuadratura del círculo ni al Teorema de Pitágoras.
Y sí, me gustan los pintores. Dalí, por ejemplo, es mi preferido; pero también Picasso lo es; y Modigliani (¡Cómo me gusta Modigliani!); y van Gogh… me encanta Vincent (la pintura del café de Arlés es mi favorita). Si puedo continuar, les diría que admiro a Picabia, que cuando descubrí a Klimt me di cuenta de que la pintura es otra cosa; y que con el tiempo me enamoré de los impresionistas como Renoir, Manet y Monet. En tren de confesiones declaro que no hay brumas como las de Turner, ni figuraciones como las de Rossetti y Collier. Pero, ¿cómo olvidar a Delacroix, a David y a Ingres? Sería imperdonable, porque con ellos entendí más y mejor las contradicciones de la Revolución Francesa (¿existe alguna revolución más romántica? No lo creo. Como tampoco creo que exista un héroe revolucionario más impactante que el Che).
Digresiones al margen, ratifico el fanatismo que siento por el romanticismo alemán. Adoro a Friedrich y al caminante sobre el mar de nubes.  También a Ernst Kirchner y a Munch… Amigos, El grito es, sencillamente, impresionante. Si me permiten, también les diré que no concibo la posibilidad de excluir de mi lista a Kandinsky y a Mondrian. Tampoco a Malevich.
Pero, si no les dijera que mi debilidad son los muralistas mexicanos, con Siqueiros, Orozco y Rivera a la cabeza, estaría faltando a la verdad. Del mismo modo lo haría si no les contara que Frida y Tarsila son dos estrellas brillantes que inflan mi pecho americano. Y ya que por aquí andamos, no tengo más que asumir que mi sincera devoción se encamina sin resuellos hacia Emilio Pettoruti y Xul Solar.
A esta altura, ya no sé muy bien por qué he escrito esto, que no es un cuento, ni una poesía, ni un artículo. Sólo es un pensamiento escrito. Una bitácora de la memoria que me permitió una ensoñación con las obras de todos estos artistas impresionantes. Claro que sé, que cuando lo relea me daré cuenta de que he caído en flagrantes omisiones. Pero no ha sido el cometido de estas líneas hacer historia del arte, sino sólo contar lo que me venía a cuento.
Sólo decirles que entre todos los artistas, me gustan los pintores. Y que entre todos ellos, me gusta José Curia, mi amigo, el pintor.

Ricardo Tejerina / 2011

miércoles, 14 de diciembre de 2011

¿POR QUÉ ESCRIBIMOS?

Pablo Picasso

Los hombres escribimos, o comenzamos a intentarlo más propiamente, desde hace cinco mil años y, entre otras cosas, lo hicimos como una forma de trascender al olvido, a la muerte o, quizás, a la más absoluta desaparición. Pero, intuyo, que su sentido es aun más profundo y a la vez tan propio de la humanidad.
La escritura llegó para ser guardada, para resolver el problema que teníamos de “no poder archivar” nuestras emociones, conocimientos, episodios, historias y recuerdos. ¿Qué maravilla no? La escritura es vida después de la vida, pero su cabal sentido supera, incluso, a esta asombrosa epifanía.
Lo que se considera como el origen de una protoescritura son las pinturas rupestres de la Cueva de Altamira (España), entre otras. Escritura y arte (entiéndase la categoría “arte” como una valoración nuestra, occidental y moderna, aunque no hubiera sido ésa –exactamente– la pretensión de los hombres del Paleolítico) se daban la mano entonces, se hacían amigos, nacían juntos de alguna manera y mutuamente se complementaban.
Pero la escritura en sí, surge en la zona de oriente medio, en la Mesopotamia de los ríos Tigris y Éufrates, en lo que es Irak actualmente, o lo que queda de Irak para bien decir. Allí irrumpía, tres mil años AC, con los sumerios, la escritura cuneiforme, que se efectuaba grabando los signos sobre tablillas de arcilla.
La primera obra de la que se tiene registro es: La epopeya de Gilgamesh. Epopeya... magnífica palabra que significa el derrotero del héroe, que aun sabiendo que su destino es perder, igual va a luchar. Agonizar es esperar la muerte luego de luchar la vida, viene de agón que significa el que lucha. Escribir es luchar de algún modo, o cuanto menos es dejar testimonio de esa lucha, la de otros o la nuestra propia; el escritor es también una suerte de agón.
Así como la imprenta de Gutenberg revolucionó el mundo aproximadamente en 1450 y a través de su acción democratizó las publicaciones, dado que multiplicó con su prolífica capacidad reproductiva los textos, siempre ello bajo la selectiva lupa del editor, hoy posiblemente sean Internet y los blogs un medio democratizador de los autores, quienes encuentran en la red un vertiginoso, inmediato y libre canal de publicación.
Es curioso el camino recorrido por lo impreso, dado que de aquella Biblia de cuarenta y dos líneas, incunable de la imprenta, con todas las características estilísticas del origen de la impresión y reproducción masiva, llegamos al libro electrónico, al libro editado por pedido, o al blog impreso al instante, archivado digitalmente y consumido por igual en los distintos extremos del mundo con la única limitación del idioma, ya que el tiempo y el espacio dejaron de ser obstáculos y quedaron relativizados.
Escribir para que alguien lea. Así ha funcionado esto desde Gilgamesh para acá. Antes fueron las tablillas de arcilla, una escritura incipiente patrimonio de unos pocos, aristocráticos e ilustrados. Hoy, con la escritura al alcance del mundo alfabetizado cuanto menos, es la maravilla más fabulosa para transmitir cualquier cosa. No podríamos hacer nada si no escribiésemos.
Honremos a la escritura, honremos a los autores, a los grandes e ilustres, aquellos que con su obra han dignificado a la humanidad y han producido, cada uno en su tiempo, una discontinuidad en la continuidad de lo escrito. Por caso cabe citar a T. S. Eliot, Apollinaire, Geoffrey Chaucer, Lewis Carroll, Jonathan Swift, Edgar Allan Poe, Kafka, James Joyce, o Cortázar, Artl y Borges, estos últimos entre nuestros exponentes más destacados.
Desde luego que también a los pequeños e ignotos, respetémoslos, dejémoslos crecer y vivir su mundo, lo compartamos o no. Aprendamos y maravillémonos con cada uno de ellos o sólo con los que más nos gustan. Permitamos que la expresión fluya libremente, que cada libro, hoy también cada blog, cada página, real o virtual, constituyan un tributo presente a Gilgamesh, a Héctor de Troya y al Quijote de Cervantes, que luchaban igual aunque su destino fuera la inexorable derrota.
Hagamos entonces que esta maravilla que es la escritura, y este gran arte, público o privado, individual o colectivo, en el libro o en la red, que día a día construimos entre todos y que forma parte de nuestra experiencia permanente y constante, sirva para la libertad y una realidad mejor. Quizás ése, sea el sentido de por qué escribimos, simplemente.
Hasta la próxima mirada.
El Ojo Críptico

miércoles, 7 de diciembre de 2011

INTROSPECCIÓN (De pretéritos y prognosis)

RT

Sin proponérmelo, casi como el episodio de la magdalena y el té que relata Proust en su célebre En busca del tiempo perdido, recordé la novela de Hemingway El viejo y el mar. De inmediato, las facciones de Spencer Tracy en la piel del “viejo” se me hicieron omnipresentes, como si centellearan sobre el reposo del vino en la copa, o de él emergieran. Entonces me di cuenta de que, en buena medida, nuestros recuerdos funcionan con una lógica asociativa: uno lleva al otro, y al otro, y otro más. Fue así que, con mucha ejercitación y más disciplina, logré remontarme a los albores de mi memoria. Tanto recordé, que llegué al preciso lugar de la nada, a la hoja en blanco, a la línea muerta. Si bien eso puede parecer extraordinario, lo curioso es lo que sucedió luego, pues al pasar esa frontera accedí a la dimensión paradojal de los recuerdos del futuro. Allí me vi en la solitaria chalupa, con las manos cortadas por la sal marina y la línea de pesca, con la piel curtida y las sienes plateadas, con el torso al viento y la delirante obsesión enfocada en el gran pez. Allí me vi como aquel viejo, batallando digno, contra el mismo mar.   
Ricardo Tejerina 2011/12

viernes, 2 de diciembre de 2011

RELACIONES

RT

Como todos los días, bien temprano, el sol caribeño despunta en el horizonte. Sentado en el solitario muelle releo por enésima vez las páginas de Relato de un náufrago. En verdad pienso que esta vez el Gabo está más cerca que lejos, apenas cruzando el Mar Caribe, en la pintoresca ciudad de Cartagena de Indias. La brisa marina me despeina los recuerdos y me arranca una sonrisa que se funde en lágrima. De pronto, la figura de ella se me representa en la lontananza. Aunque fuera una quimera, deseo ir a buscarla, y así, evitar el terrible dolor que me produce el inminente naufragio de este amor.  

Ricardo Tejerina / 2011

viernes, 25 de noviembre de 2011

PASIÓN ARGENTINA

 RT

Vuelo sobre el norte del país soñado,
por encima de montañas bañadas de ocre,
por sobre los lechos de los ríos desnudos,
por sobre las nubes de sombras y asombros.

Veo los poblados, los caminos mansos,
los techos de adobe, los frutales tiesos.
Un sol peregrino seduce al ala,
cuando los vientos su juego proponen.

En mares de nieblas navego mi suerte,
arrojando al destino mi apuesta más fuerte.
La tierra difusa me ofrece su ausencia,
abriéndose en llagas de antiguas afrentas.

La América irredenta se mira a sí misma,
sus valles, sus cerros, desafían al cielo.
La altura me enseña su magnificencia,
me recuerda lo grande de aquella querencia.

Si en este instante bajar yo pudiera,
si soltara amarras y allende me fuera,
hasta la Pachamama quizás llegaría,
hasta las entrañas de la tierra nuestra.



Ricardo Tejerina / 2011

martes, 15 de noviembre de 2011

LENGUAJE ANIMAL

Walt Disney

Muchas veces me pregunté qué es lo que comunican los animales (o los pájaros, o los peces) con sus sonidos. Están los que rezongan alegremente, los que se hunden en un lamento sin consuelo, los que trinan y cantan aun en los abismos, o los que desafinan apelando muy orondos a graznidos y balidos. Y, también, está lleno de los que ladran o maúllan y viven junto a nosotros. Sea como fuere, yo, como la mayoría de los míos, apenas hablo.
Sucede que esta duda cartesiana me llevó a intentar durante un día completo darme a entender como lo hacen los animales. Fui a Starbucks (hay uno enfrente de mi departamento) y pedí mi desayuno con un gruñido perruno, pero, a decir verdad obtuve mucho menos que lo que el Boby consigue sin esfuerzos (lo sé, es una obviedad, pero no me nieguen que todos asumieron que el Boby es un perro). Camino al trabajo di unas cuantas olfateadas y suspiré en el subterráneo apelando a un ronroneo. Huelga decir que las pasajeras (sobre todo las más jóvenes y las señoras más grandes) no se sintieron muy cómodas con mi compañía. Lo percibí vivamente porque mientras el resto del pasaje viajaba como sardinas enlatadas, a mi alrededor, en cambio, comenzaron a dibujarse claros muy evidentes (a este fenómeno se le opusieron un par de cuarentonas que jugaban a ser gatas y un punga con cara de Bulldog). Tipo mediodía, a mi jefe me le planté con una serenata elefantiásica. Sabrán que me llevé de su oficina una respuesta soez que me invitaba a introducirme la trompa no sé dónde. A la hora del té me dispuse a efectuar mi mejor acto: caminé entre mis compañeros de la compañía como un pingüino emperador e intenté seducirlos con un canto de ballenas azules. Prontamente, la gente del cuerpo médico me dio la salida, aduciendo que mi comportamiento extraño podría deberse al estrés que me producía la fusión con la empresa extranjera que el Directorio había anunciado la semana pasada (debe tratarse de una venganza de la psicóloga, una tilinga de proceder masculino a la que no le paso bola). Bastante decepcionado con todo esto, me apersoné en casa de la Tana, mi novia de toda la vida, y le declaré todo mi amor por el portero eléctrico con un falsete de canario al mejor estilo Farinelli (ahora que lo pienso me doy cuenta de que mi intento de fusión de canto de ave con el célebre castrati no fue para nada feliz). Estoy absolutamente seguro de que he caído en el más absoluto destrato de mi futuro suegro, ya que en lugar de la voz dulce de mi amada, el parlante callejero amplificó un rosario de gruesas maldiciones peninsulares (me pregunto si habré tocado el timbre correcto… en fin).
Como los hechos pasaron de castaño claro a un oscuro irremediable, juro que el regreso a casa fue terrible. Descorazonado bajé del colectivo y caminé bastante rápido sin hacer las acostumbradas paradas en el quiosco o el café. Para colmo, me demoré unos minutos en la puerta de calle de mi edificio porque no encontraba las llaves por ningún lado. En eso, bajó la vecina del quinto con su hermoso perro labrador. La mina ni me vio (nunca me ve) pero el cuadrúpedo me miró con gesto sobrador. ¡Andá a deponer! –le dije moviendo los labios con la lentitud y la voz baja que uno suele utilizar cuando le hace monerías a un bebé (todos sabemos que lo provoqué diciéndole otra cosa).
El susodicho can dio dos o tres indiferentes pasos; luego, y como quién no quiere la cosa, giró la cabeza y apuntándome con el hocico mojado me espetó un guau sostenido y profundo, que en lenguaje de perros quiere decir algo así como: “a eso voy, gil”. Y, en ese preciso momento, me di cuenta de que había respondido la cuestión con que comencé este relato.

Ricardo Tejerina / 2011

viernes, 11 de noviembre de 2011

REVOLUCIONES

Wilfredo Lam

-¿Y si lo hacemos, y ya? –me preguntó, mientras se desperezaba y quitaba las lagañas de los ojos.
-Estás loco –le dije.
-¿Loco yo? –se apuró a responder–. ¡Por favor! Es muy fácil, cuestión de animarse. ¿Sabes qué es lo que te hace ganar una batalla? La decisión. El estar dispuesto a hacer algo más que tu enemigo…
-Lo que te hace ganar las batallas son las balas, los ejércitos, las tanquetas… Mira a nuestro alrededor, somos un puñado. Si sólo fuera cuestión de querer, sería tan fácil… –le repliqué.
-Desde luego, ¿quién dijo que todo eso no hace falta? Pero no alcanza. Hay que tener el coraje, y sí, hay que querer ganar. Nunca ha vencido nadie que no haya querido hacerlo. Todo gira alrededor de dos palabras: “yo quiero”. Los que quieren ganar tienen dos chances: ganar o perder. Los otros, sólo una, te imaginas cuál. Lo que me falta de armas, lo compenso con lo que me sobra de convicción. No peleamos una guerra, sino que nos batimos en guerrillas. ¿Comprendes?
-Entiendo –le dije–. Pero, ¿por qué la ventaja sería nuestra?
-Porque yo estoy dispuesto a morir y los cobardes sólo quieren vivir a como dé. Huyen como ratas –concluyó el Che.
A los pocos días, Batista ya no era el presidente de Cuba.

Ricardo Tejerina / 2011

miércoles, 9 de noviembre de 2011

MEMORIA DE CINE

El hombre de al lado, de Mariano Cohn y Gastón Duprat, 
o el arte de contar una historia mientras se habla de arte.

El cine, también llamado el séptimo arte, como consecuencia del reconocimiento cronológico de las artes clásicas, es uno de nuestros principales compañeros en el tránsito cultural del siglo XX y lo que va del XXI.
Desde aquellas primeras proyecciones de los hermanos Lumière, ocurridas en Francia durante 1895, hasta la actualidad, el rodaje no se ha detenido pero, sí, mucho ha cambiado.
En tiempos de globalización, donde la soberanía ya no sólo se define por el territorio o el propio Estado, sino por el capital simbólico, el cine es una de las industrias culturales más importantes de la modernidad dada su capacidad de intervenir en la lucha por el sentido y el significado.
Ha sido pues el cine en numerosas oportunidades el vehículo de la denuncia y la demanda de verdad y justicia, y por su masividad también es una de las artes más vinculadas al testimonio político y social, además de las bondades estéticas que pueda contener cualquier producción que valga la pena.
Nuestro cine atesora perlas valiosas además de las multipremiadas La historia oficial y el más reciente filme de Campanella El secreto de sus ojos. Si se me permite la discrecionalidad de la subjetividad y una muy acotada retrospectiva de los últimos treinta o cuarenta años, diré que títulos como La tregua, La Patagonia rebelde, Darse cuenta, Los últimos días de la víctima, Gracias por el fuego, Esperando la carroza, La deuda interna, Gatica, el mono, Nueve Reinas o El hombre de al lado, merecen estar en cualquier descripción de lo más destacado de la producción nacional.
Además de éstas, también merecen ser reconocidas muchas “películas artesanales” que, a pesar de no acceder a la gran taquilla (por cuestiones de distribución y pantalla) han logrado instalarse como referencias de ese otro cine menos industrial, pero no menos virtuoso, como es el caso de, por ejemplo, Mundo Grúa de Pablo Trapero. Es por ello que hacen falta muchos más ciclos y festivales regionales y locales de exhibición como el BAFICI de la ciudad de Buenos Aires, justamente para posibilitar la visibilización de la diversa y generosa actividad cinematográfica argentina, además de acercarnos lo más sustantivo del cine independiente de producción internacional.
Finalmente, un testimonio y una confesión. La declaración tiene que ver con la expectativa de tener en la Argentina un INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales) más transparente y democrático, orientado a la optimización estética y productiva del cine nacional, sin sectarismos ni prebendas. Y la confesión se fundamenta en el convencimiento de quien suscribe acerca de la importancia estratégica que tendría para nuestro país poder convertirse en un polo cinematográfico continental, superando holgadamente nuestras marcas actuales.
Todavía resuena en mí la frase atribuida al ex presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt: “primero les vendemos las películas, luego los lavarropas” (refiriéndose al mercado internacional). En el siglo XXI, a no dudarlo, los bienes simbólicos serán uno de los ejes principales de la economía mundial. 
 Hasta la próxima mirada.
El Ojo Críptico

martes, 1 de noviembre de 2011

DAIMONION

Paul Gauguin

Algunas olvidadas leyendas urbanas sostienen que hay calles de Buenos Aires que te llevan a las puertas mismas del Infierno. Sé que esta fe puede parecer ilusa o un alarde de surrealismo no acorde con la época. De todos modos, he sabido que en la calle Pasco, entre Chile y México, hay un portal al inframundo. Claro que estas cosas no son del todo evidentes, tampoco del todo insospechadas. Sólo hay que prestar atención y saber dónde mirar. Me han dicho, incluso, que algunas noches se han dejado ver por el barrio jóvenes demonios que presumían de su poder. Cortaban el fondo de las bolsas de residuos, entintaban timbres, provocaban a los incautos y les hacían cuernitos (otras versiones menos confiables sostenían que esas diabluras eran producidas por los pibes de la cuadra). En alguna ocasión me he aventurado por el lugar, atreviéndome con cierta excitación a la experiencia sobrenatural. No he tenido mucha suerte, pero, ahora que recuerdo, una noche que llovía a cántaros me refugié en la entrada de la Parroquia de Santa Rosa de Lima que está ubicada en la intersección de la avenida Belgrano y Pasco, a escasas dos cuadras de la supuesta entrada del Averno. Me pareció ver en su cúpula a dos figuras con apariencia humana que mutuamente se interpelaban. En verdad todo sucedió muy rápido y con el tiempo puse en duda dicha observación, asumiendo que podía tratarse de un subjetivo desvarío. Sin embargo, algunos años después leí una novela que también daba cuenta de ese suceso, lo describía de la misma forma y aseguraba que esas figuras que yo había visto: en verdad pertenecían al arcángel Miguel y al propio Luzbel.[1] Hoy mi razón se reduce a dos interrogantes: ¿Quién sabe si es real la realidad?, y ¿quién puede asegurar que el demonio no camina entre nosotros? Sinceramente, les digo que aún no decidí a cuál abocarme primero.
Ricardo Tejerina / 2011  


[1] Ricardo Tejerina, Lilithla. La tentación tiene nombre de mujer.


lunes, 31 de octubre de 2011

LOS ROSTROS

Henri Toulouse-Lautrec
De pronto, los rostros de las personas me surgen sin identidad.  Como el de los caballos, las ovejas o los peces. ¿Quién puede distinguirlos? Deambular entre desconocidos es una experiencia extrema, hacerlo entre fisonomías sin diferencias es aterrador. Me siento distinto entre los iguales y eso me compromete. Quisiera encontrar la manera de ocultarme entre aquellos sin distingos. Aplacar de tal modo la voracidad de las miradas que me indagan y los grotescos ademanes que me provocan.  Sé que renunciar a ser es una manifestación de cobardía. Tal vez por ello, no ceda, entonces, a la tentación de evitarme dificultades. Quizás no sea ésa mi naturaleza. Después de todo: el mundo sólo recuerda a los rostros diferentes.   
Ricardo Tejerina / 2011

lunes, 24 de octubre de 2011

A TI TE CONVOCO MUJER

Amedeo Modigliani

A ti te convoco, mujer,
a buscar el octavo color del arco iris.

A ti te convoco, mujer,
a robarnos el reflejo de la luna.

A ti te convoco, mujer,
a guardar toda el agua del mar en una gota.

A ti te convoco, mujer,
a perdernos en el jardín de nuestra infancia.

Y a ti, te convoco, mujer,
a restañar la barcaza del olvido.

Sólo por amor,
sin más equipaje, que el corazón dolido.


Ricardo Tejerina / 2011

jueves, 20 de octubre de 2011

VARIANTE DEL POEMA N° 20


Pablo Neruda
por Marcos Pérez

A Pablo Neruda

Dígame usted, Don Pablo…

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.  Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos." 

Versos de amor enamorado,
continúe por favor…

El viento de la noche gira en el cielo y canta. 
Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Yo la quise, y a veces ella también me quiso. 

Penas del corazón, a
cuánto nos someten.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos. La besé tantas veces bajo el cielo infinito. 
Sin dudarlo ni un instante,
puedo asegurar que usted la ha amado.

Ella me quiso, a veces yo también la quería. Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. 
Siento su dolor,
aquí, en mi pecho…

Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. 
Vago en solitario por la penumbra de las emociones,
y al abismo, junto a usted, me precipito.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. Y el verso cae al alma como al pasto el rocío. 
Rodeados de gentes, los rostros son anónimos,
tal vez por ello nuestras almas están solas…

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. La noche está estrellada y ella no está conmigo. 
Mil lágrimas de sangre,
recorren el sinuoso camino del llanto.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos mi alma no se contenta con haberla perdido.
Pero, ¿dónde está ella ahora?
Como para acercarla mi mirada la busca.  Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. 
Nos hemos vuelto sombras,
que vagan irredentas.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.  Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. 
Los recuerdos del amor,
son crónicas de ausencia.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.  Mi voz buscaba el viento para tocar su oído. 
Me remuerden los celos,
me atormenta su presente.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.  Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. 
Por doquier a ella la veo.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.  Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. 
He quedado prisionero,
a furtivo corazón encadenado.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,  mi alma no se contenta con haberla perdido. 
Perdóneme, Don Pablo…
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, y estos sean los últimos versos que yo le escribo. 
Por tomar la posta de este gran amor impío.

Ricardo Tejerina / 2011
Interlineado sobre el Poema N° 20 de Pablo Neruda

lunes, 17 de octubre de 2011

EL IMPOSTOR DE CARTAGENA


Eugéne Delacroix
Las ciudades coloniales y amuralladas del Caribe tienen un encanto particular. Las frecuentes historias de corsarios y piratas ayudan a mantener vigente la antigua tradición de épicas disputas que se libraban frente a sus costas. Sentado a la mesa de una posada cartagenera un hombre entrecano, con la piel curtida por el sol implacable, anchas manos y gruesos dedos, barba profusa, vista torva y sombrero de ala raído y desteñido, bebe el enésimo trago ardiente en completa soledad. Dice haber vivido cuatrocientos noventa y dos años, traer consigo la maldición de la vida eterna, y haber sido conocido en sus tiempos de gloria como el temido capitán Barbarrosa.  Desde luego que nadie le cree y ni siquiera los niños se le acercan para que él les cuente los pormenores de aquellas aventuras de hombres bravos y tiempos idos. Lo llaman –con cierto  desdén– el impostor de Cartagena, pero a fe digo que es el capitán Barbarrosa, lo afirmo yo que he servido bajo su mando y ahora escondo mi verdadera identidad atendiendo el mostrador de la vieja posada.  
Ricardo Tejerina  / 2011

miércoles, 12 de octubre de 2011

El diario íntimo de Proserpina


Francis Picabia

13 de febrero de 1944: Al escribir estas confesiones me he dado cuenta de que hay un tiempo para meditar y otro para hacer. Puede que la línea que separa a uno del otro sea muy delgada y, en algunos casos, imperceptible. Sin embargo estoy convencida de que el mundo es de los que se animan, y animarse es hacer y no sólo pergeñar, menos aún rememorar. Tal vez ya no vuelva a estas páginas, sino en búsqueda de consuelo; tal vez ya no derrame mis emociones con auxilio de la tinta. Mi nombre, mi verdadero nombre, evoca a la mujer y a la manzana. De algún modo, son las dos caras de lo mismo: la tentación y la sabiduría. Hoy parto rumbo a mi destino, dejando atrás a Proserpina, con el tiempo de testigo y la ilusión de ser millones.” *

FIN

* Transcripción del diario íntimo de Proserpina hallado entre lo que fueron las pertenencias de la profesora Athena Eleusina y ofrecido a este cronista para su publicación por sus derechohabientes.

RT

sábado, 8 de octubre de 2011

LEYENDO A DOLINA


Alejandro Dolina

            De las muchas maneras que existen para conocer a los artistas, hacerlo por sus obras tal vez sea la más apropiada. Oscar Wilde solía decir que cuando el pintor plasma sobre el lienzo a su modelo, lo que se revela no es éste sino el mismo autor.
Leer a Dolina no es muy diferente a escucharlo hablar, pues monologa como escribe, siempre oscilando entre la reflexión más profunda y la resolución liviana y ocurrente. Combina con estilo inconfundible la filosofía con el barrio, la levedad del ser con el amor perdido, y las ingenuas travesuras juveniles con la decepción, el desengaño y la acechanza de la muerte.
Hay quienes afirman que Borges sostenía que siempre se ha escrito sobre lo mismo (la vida, la muerte, el amor) pero de maneras diferentes. Yo me permito agregar que hay autores que cuando lo hacen, logran ilusionarnos al introducirnos en su mundo plagado de señales, confesiones, ingenio y ese tono ameno y franco que apreciamos de todo narrador. Díganme ustedes si Dolina no lo consigue cuando, así, se refiere al olvido: “Recordemos, recordemos todo el tiempo. No olvidemos nada. Ni el color de nuestras corbatas perdidas, ni el olor a tiza y sudor del colegio, ni el calor del asfalto sobre los pies descalzos, ni el gusto a jazmín de los besos en la noche, ni el aroma de la untura blanca. Si nos espera el olvido, tratemos de no merecerlo. Y pensemos que después de todo, aunque la victoria final sea de los Amigos del Olvido (así llama el autor a la organización que promueve la abolición de todos los recuerdos, enfrentada ancestralmente a la nostalgia perenne de los Hombres Sensibles), será un triunfo sin festejo. Nadie lo recordará jamás”.
¿Han notado lo que les dije? ¿Advierten cómo Dolina reflexiona sobre el olvido (que en su punto más inflexible es la muerte) alentándonos a recordar para vivir, y que en el instante más doloroso de ese pensamiento logra salir con una ironía digna de una sonrisa cómplice? A esa habilidad me refería. A esa capacidad de sumergirnos en el abismo del desconsuelo para luego tendernos la mano redentora y renovarnos la ilusión. He allí la naturaleza del autor revelada en su propia obra.
Debo decirles que leer las Crónicas del Ángel Gris es una grata experiencia que recomiendo con fervor. Allí encontrarán personajes entrañables como el polígrafo de Flores Manuel Mandeb, el músico prolífico Ives Castagnino, el ruso Salzman o el galán de barrio ávido de amores Jorge Allen, pero, fundamentalmente, verán como flota en toda la obra el espíritu de los Hombres Sensibles y el aura del Ángel Gris; ese ángel sombrío y descolorido que es más atorrante que santón y que recorre el barrio de Flores en el mismo momento que Dolina lo sueña.
Creo que esta entrega de El Ojo Críptico se parece más a Huella de Letras (nuestra anterior columna habitual) que a sí misma. Debe ser por eso de que la obra revela al autor.
Hasta la próxima mirada.
El Ojo Críptico