lunes, 14 de febrero de 2011

EL SEXO Y EL AMOR, SEGÚN EL NENE

Gustav Klimt

El sexo no tiene que ver con el amor... me dijo. Y luego agregó, que si bien eso era cierto, en ocasiones muy puntuales, casi mágicas, es en verdad un acto de amor... Nunca nadie lo contradijo, ni tampoco lo rebatió. Hoy, y cuando el tiempo ya es testigo, yo también así lo creo, firmemente.
Esta tarde de cielo plomizo y lluvia amenazante, al enterarme del deceso en el exterior del “Nene” Nicolás Sáenz, vino de repente a mi memoria la historia que él mismo tantas veces me contara. Escribo pues, ayudado por mi abnegada y siempre fiel Remington, la primera crónica de un gran amor, que fue tan fuerte como efímero, que duró lo que un suspiro, y que fatal– pasó, como también, pasó mi vida.
Personalmente, no creo mucho en amores... como diría Julio.[1] “¡Qué me van a hablar de amor!”.[2] Aunque éste, el del Nene y la fulana, lo confirmo ardiente y pasional...[3] como sentencia el tango que tantas veces cantara el Flaco.[4]
En honor a la amistad que me unió al Nene, considero apropiado reservar algunos datos, no quisiera ser tomado por batidor, pero me urge contar algo de lo que sé, pues recordarlo al Nene así, me hace revivir nuestra juventud perdida, me devuelve a los años mozos, me permite arrancárselo cinco minutos más a la muerte traicionera.
A nuestra heroína, entonces, la llamaré G., a secas. Según el Nene, hermosa mujer, también ardiente y sensual amante. Hasta donde sé, vivía ella en Barrio Norte, en una de las mejores calles de la porteña ciudad, frente a una hermosa y cuidada plaza, floreciente en primavera y sutilmente melancólica en otoño.
G. estaba casada con... llamémosle “Carlos”, un tipo ganador, buenos modales, billetera gruesa, simpático y hábil para los negocios. ¿Un defecto? Tal vez sí, era rubio...
Parece que las cosas en ese matrimonio no estaban bien, el Nene no lo sabía, incluso cuando los conoció, le pareció que se llevaban de diez y que eran el uno para el otro. Las apariencias engañan... ¡Y cómo!
G. habitualmente hablaba de Carlos. De seguro que alguna vez lo amó, tanto como él había dejado de hacerlo bastante tiempo antes. Un buen día Carlos la plantó de súbito y abandonó para siempre el coqueto departamento matrimonial sin más trámite.
G. estaba desconsolada y desconcertada. Yo, ahora sé, que las mujeres en ese estado son... ¡Fabulosas! El Nene me ha legado ese saber, aunque él mismo aún no lo sabía. De todos modos, les aseguro, que bien lo comprobaría con el tiempo.
Parece una contradicción, pero no lo es, las mujeres abandonadas, al rato brillan. Se abren como las más hermosas flores en la mañana y se desperezan de sus tristezas con movimientos felinos. El remolino hormonal que produce el abandono las impulsa hasta el límite de su propia belleza interior y exterior. Nunca podrán ser más lindas, ni tampoco más inteligentes. Es, ese momento, su momento, es su cenit.
Siento como si estuviese viendo a G. El Nene siempre la describió pequeña, pero endiablada. Con hermosas pantorrillas y soberbios muslos que servían de antesala a unas caderas sugerentes. También supo decirme que sus ojos, entre miel y verdosos, te confesaban al mirarte, y que sus pechos, ideales y apretados, enfrentaban al mundo con osadía y desparpajo. Tampoco olvidó mencionar su cabello, fragante y ensortijado, capaz de guardar en algún rizo los recuerdos de las pasiones del ayer. ¡Qué hermosa mujer, por favor! Fuiste afortunado, Nene...
Él, era muy joven, apenas un muchacho, deslumbrante e inteligente. Creció haciendo deporte. Ya por entonces su pecho y sus brazos se tonificaban a diario. Eso se sumaba a una buena altura, ojos en extremo claros, abundante cabello castaño y un par de piernas fuertes, duras y torneadas, todos fetiches del ideal masculino a los que ninguna dama escapa.
G. lo vio. En realidad lo redescubrió, cuando ella volvió a brillar. Esos años que le llevaba, suficientes para marcar la diferencia, no hacían más que confirmarla en una conservada juventud, fantástica, bella y plena.
Segura y confiada, mujer de impetuosas decisiones y deseos, lo sedujo hasta el paroxismo. Lo enloqueció con sus palabras, mohines y sugerencias. Lo atormentó con incendiarios roces prohibidos, besos húmedos en la mejilla que se quedaban por más tiempo del debido y manos que se encontraban furtiva y nada casualmente.
El Nene ardía y temía. Ella no era una chica, una amiga de su edad, una compañera de travesuras, en verdad era una mujer, yo diría que para él era: La Mujer.
El Nene, estaba entregado a  G. Decía que se dormía pensando en ella y que despertaba con su imagen. Que se soñaba a sí mismo amándola con desesperación, aunque aún no entendía qué era eso; que se veía en su lecho, a pesar de no haber conocido todavía cama alguna y que se imaginaba en éxtasis, sin siquiera haberlo vivido todavía.
Un buen día, G. le dijo: “Me gustás...”. Él, timorato, sólo respondió: “Sinceramente...” y ya no pudo pronunciar palabra alguna, dado que una lengua impetuosa y sensual se introdujo en su boca, quitándole toda posibilidad de volver a la realidad.
¡Pobre Nene! No olvido que cuando me contaba sus andanzas se ponía tan nervioso que las palabras se le atoraban. Lo recuerdo y, por un momento, soslayo mis sienes plateadas y las tristezas que vinieron junto con los años... y desde luego, las de hoy.
Otra vez, la voz del Nene narrando, resuena en mí para decirme que vibraba, que sentía que su corazón se le iba y se le iba. Que cuando las manos de ella le desabrocharon la camisa tembló. Que la cercanía de la inevitable desnudez lo paralizaba. Que se dejó llevar, que suponía que ella sabía lo que hacía, que la imitó y que con sus dedos, inseguros pero obstinados, le desabotonó la fina blusa. Supo entonces, que sólo un pequeño corpiño de encaje negro lo separaba de unos pechos agresivos y levantiscos.
Acto seguido, sus cuerpos hermosos, cálidos, frenéticos, y deseados mutuamente, se fundieron en uno solo, apoyados piel con piel. Suspiros, gemidos, voces apagadas y susurros, eran sonidos a los que esas almas se aferraban ante tanta pasión desatada e incontenible sensualidad.
Antes, me parecía exagerado, pero ahora quizás no. Recuerdo al Nene decir que al entrar en su cuerpo sintió que había perdido el propio. Quizás, allí more el secreto para nunca cederlo a la parca ni aun muriendo... Tal vez, Nene, ya le habías ganado a la muerte vos...
En esa lejana época de pasiones adolescentes y tiempos por venir, algo tuyo ha quedado Nene. Quizás, algún día, tal vez muy pronto, me corra hasta allí para reencontrarme contigo, sabes que lo haré. Mientras tanto, te recordaré feliz, sonriendo a boca llena y hablando con dulzura de tu maravilloso acto de amor... Y doy por seguro que, como antes, nadie podrá contradecirte... 

Ricardo Tejerina / 2009




[1] Julio Sosa,  Uruguayo, apodado el “Varón del Tango”- 1926/1964.
[2] Qué me van a hablar de amor Tango. Letra: Héctor Stamponi. Música: Homero Expósito.
[3] Pasional Tango. Letra: Mario Soto. Música: Jorge Caldara 1951.
[4] Alberto Morán, seudónimo de Remo Andrea Doménico Decagno, Italiano, conocido como el “Flaco de Oro del Tango” 1922/1997.