martes, 22 de febrero de 2011

INTERVALO DE AMOR

Salvador Dalí

Sé que me quedé un largo rato a la vera de su lecho. Ello ocurrió algunos días antes de su último viaje. Siempre sentí una gran admiración por aquella dama que parecía pertenecer a otros tiempos definitivamente idos. Como de costumbre fui su silencioso confidente. Ahora que ha partido, sólo me queda escribir lo que me ha relatado. Creo que para honrar su memoria, pero también para burlar al devorador de recuerdos. Esto fue lo que me dijo aquella última vez, sin el mínimo atisbo de resquebrajamiento en su voz y sin siquiera una esperable dubitación, producto de la cruel enfermedad que padecía:
“Hace tanto tiempo ya, que no tengo la referencia exacta de algunos acontecimientos. No obstante, no se me ha olvidado que, en aquel cine y mirándolo a los ojos, le dije que no lo amaba, y que solamente había sido algo pasajero en mi vida, o más bien un amor de intervalo, una interrupción, de ésas que se estilan en las películas tan largas.
No me arrepiento de ello, pero no falto a la verdad al decir que, aun tan lejos en el tiempo y a la distancia, hay cosas de él que extraño. Es curioso como se produce el asalto de un hombre al corazón de una mujer. Por lo general sucede en el momento en que estamos absolutamente seguras de que no va ocurrir, mas, de pronto, nos encontramos besando al amor de nuevo y preguntándonos una y mil veces cómo es que nos pasa esto que tanto deseamos pero que, a la vez, tan vulnerables nos deja.
Buscando al hombre diferente me empaché de los iguales. Ni buenos, ni malos, tan encantadores en los primeros instantes, como intrascendentes con el correr del minutero de la vida. Sucede que los hombres funcionan de manera exactamente opuesta a la mujer. Prefieren orgasmos rápidos, se interesan por las cosas mientras no las obtienen, no poseen memoria afectiva y son débiles para sostener el peso de una relación comprometida y perdurable. En paralelo, y lo peor de todo, está su incorregible dispersión, excepto cuando se deslumbran y luego, por añadidura, se enamoran... Y allí empieza el verdadero problema.
Sé que lo sorprendí, puede incluso que lo haya lastimado, cuando decidí ponerle fin a nuestra breve pero pasional relación, pues ellos, vaya una a saber por qué motivo, son capaces de percibir cuando nos estamos enamorando, y él, para bien o para mal, lo sabía, incluso antes de que yo misma lo aceptase como ahora es que lo hago.
A pesar de ello, nunca presumen que podemos, a costa incluso de sufrir como la mismísima Magdalena, terminar abruptamente y hacer de cuenta que aquí nada ha pasado, aunque, en verdad, sentimos la garganta tan seca como el desierto sufre su pertinaz aridez.
Mientras duró nuestro affaire, me sentí tentada y casi cedo, involuntariamente por supuesto, a dejarme desbarrancar por la pendiente del amor, pues, si bien estaba siempre atenta a lo que pudiera escuchar de mi interior, la piel me podía más, las sensaciones de maravillosa proximidad de nuestros cuerpos me ganaba.
Encima, sabido es que cuando nos empezamos a enamorar nos ponemos más hermosas, más lúcidas, más brillantes, como si fuésemos avisando que estamos felices, radiantes, completas... Quizás eso sea lo que ellos advierten, aunque también es posible que crean que son la causa,  y  hoy yo  pienso que  tienen que ver mucho más con el efecto. El efecto que el amor nos produce y que ellos tienen la cualidad de hacérnoslo recordar.
Hoy, soy una mujer grande, cuya dignidad más asombrosa es no haber vivido de memoria, ni haber hecho de la rutina un hábito de seguridades. Me he arriesgado a disfrutar, y también he perdido en el intento, mas las veces que he ganado me han compensado en demasía y aun habiendo perdido, la decisión fue toda mía.
Sin embargo, luego de haber visto al amor a la cara y tan de frente, confieso que, tal vez, no haya dejado que me amen todo lo que hubiera merecido, quizás porque no quise sufrir más de lo que hubiera soportado. Pero, me he acercado al fuego y sé que su calor es tan seductor, como adictivo y luminoso, y en buena hora que he podido advertirlo de tal modo.
Posiblemente, él haya sido quien más cerca llegó a mi amor tan protegido. Quizás por ello su paso haya sido tan vertiginoso, tan volátil y tan fugaz, pues, si de algo estoy segura, es que de haber sido una historia aún hoy la estaríamos escribiendo. Siempre resistiéndonos a que tuviese un irremediable final, para así poder disfrutarnos apasionadamente en esos intervalos efímeros que sólo el amor completa de la manera más fantástica. Intervalo que yo aún estiro y alargo en mi atribulado corazón que, como antes tanto lo añora y que, como siempre, tanto lo recuerda. Porque sé que, a mi hondo pesar, ya no me quedan más películas por ver.”
Y el domingo siguiente, por la noche, rauda partió en paz. Presiento que en busca de él.

Ricardo Tejerina / 2008-11