miércoles, 16 de febrero de 2011

LA MONEDA DE LA VIDA

Pablo Picasso

Dorian Gray[1] (7) guardaba, vedado a toda mirada y en una oscura y fría habitación de su casa, el retrato que lo representaba abominable, ya que el mismo no sólo evidenciaba las marcas del paso del tiempo, sino y fundamentalmente, exteriorizaba la decrepitud moral y espiritual de Dorian...
A ella, desde pequeña la sedujeron los espejos, le parecían puertas brillantes a otros mundos y le agradaba lo que a diario contemplaba. La vanidad cotidiana encontraba feliz paga frente a ellos. Creció pues rodeada de reflejos. Durante años, los espejos le devolvieron todo lo que quería ver...
Dorian no pudo con su cruz. No obstante, afortunado, codiciado y amado, no pudo resistir la coexistencia de su álter ego putrefacto, horrendo y vergonzante. Mató a su retrato y se mató a sí mismo, pues, en definitiva, Dorian y el retrato eran lo mismo. Uno público y resplandeciente, otro privado y deplorable. La moneda de la vida siempre tiene dos caras...
Para ella, para todos, el tiempo pasó de manera inevitable. La vida misma con su transcurrir, a pesar de buena y acomodada, le trajo consigo las huellas de su derrotero inexorable. La vanidad cotidiana fue tornándose en resentimiento y desagrado. Los espejos, esas puertas brillantes a otros mundos, ya no le devolvían lo que quería ver. Pasó la mitad de su existencia admirándose y el resto penando por no sentir lo mismo. La moneda de la vida siempre tiene dos caras...
Juventud y belleza, divinos tesoros. Error del creador tal vez... al acuñar ambas del mismo lado, porque, siempre, la moneda de la vida tiene dos caras.

Ricardo Tejerina / 2008


[1] El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde (1854-1900).