martes, 15 de febrero de 2011

LA PITONISA

Janto Garrucho

-          ¿Tienes tiempo para otra historia? –me preguntó.
-          Sí, pero no sé si quiera escucharla… en realidad, esta vez yo podría regalarte una. Fíjate que te contaría acerca de La Pitonisa… –respondí.
-          ¿Estás diciéndome que la has conocido a ella? ¿A La Pitonisa? ¿Aquélla que tiene una leyenda detrás y que se la presume escondida en infinitos rostros?
-          Justamente. La Pitonisa. La que ha enloquecido a hombres de toda clase y laya. La que con su magia seductora ha destrozado el sano juicio de probos y doctos señores. La que en mortal lujuria sumió a incautos que no sabían de pasiones… o que creían saber y demostraron ser apenas aprendices.
-          Pues, mi amigo… estoy ansioso entonces. Quiero saber de ella, todo, cada detalle, no puedo creer que en verdad exista… pero si tú lo dices, mi incredulidad te entrego. Cuéntame, ¡empieza ya por favor!
Y entonces le conté acerca de aquella mujer y él, absorto, escuchó…
- La Pitonisa no tiene edad. Nadie sabe cuando vino a este mundo, quizás siempre haya estado. Seguramente, con diversas formas, en distintos cuerpos, en variados lugares. Muchos dan cuenta de ello. Asumen haberla visto, haberla admirado, haberla amado incluso. Se presume que pudo haber sido Salomé, también hay quienes afirman que fue la Doncella de Orleáns. Es muy factible que en los tiempos modernos fuera primero alguna de las hermanas Brontë, y luego la blonda Marilyn. Probablemente, todas ellas, juntas, conformen su actual personalidad. Lo que es seguro es que hoy día está más cerca que lejos, que está entre nosotros, que vive su vida en un lugar especial.
Ella siempre te encuentra a ti, yo tomaba un café. Te descubre, se muestra cuando ya te ha marcado. Aunque conmigo… conmigo no es tan fácil… Presume de ser horma de cualquier zapato. Dice ser Alfa y Omega, Shing y Shang, principio y fin. Así, una noche, de la nada, se presentó ante mí e inmediatamente supe que era ella. No obstante, con proverbial habilidad intentó confundirme. Casi lo logra incluso. Dudé. Pensé que tal vez me estuviera equivocando, que en verdad no fuera quien creía. Pero, no podía ser otra más. ¿Quién podría estar en dos lugares a la vez sino La Pitonisa? En el bar al que ella solía ir, parada entonces frente a mí, y en la fría cama marital, con su esposo y compañero…
Cuando niño había escuchado que La Pitonisa guardaba un secreto muy grande. Se me ocurre ahora que se trataba más bien de una epifanía. Estuve a punto de conocerla, pues estuvo a nada de revelármela. Sucede que La Pitonisa en éxtasis es un oráculo transparente y puedes ver en sus ojos de miel el reflejo de toda tu vida futura. Curioso poder el de la extraña dama, dado que cada nuevo amante le arrebata algún recuerdo… Creo haber sido el único que rompió la regla.
Quizás por ello, La Pitonisa me amó. Quizás fue así que rompió el hechizo. Esa maldición de una vida, y otra, y otra más; porque peor que morir es no poder hacerlo nunca. Tal vez ella, de la que dicen que todo lo sabe, ya diera cuenta de que yo sería el último. Posiblemente, por eso me haya elegido. Soy más adecuado para los finales que para los principios. Mi naturaleza sombría me hace ser más semejante al que apaga la luz que al que la enciende, al que cierra las puertas y le echa fatal candado que al que las abre de par en par…
Cuando me besó se estremeció. Probó el singular sabor del tiempo efímero. Advirtió que el reloj había echado a correr y que cada segundo habría de valer. Ella, que todo lo podía, que no había encontrado hombre alguno que no cediese ante sus encantos, que había arrasado infinitos corazones, que más de las veces optaba por dejarse amar, mas nunca sintió ese amor tan completo que inunda el cuerpo y el alma y que desborda a través de cada poro, por cada cabello o con cada lágrima, verificó en ese beso inquieto y furtivo que su hora había llegado. Supo, desde ese mismo instante, que dejaría de ser lo que era…
Prudentemente, eligió quedarse en aquella cama pequeña para su amor y sus instintos. Pues concluyó que es sensato dormir al lado de un buen hombre, que ha de quererte sin estridencias ni estallidos, aunque sin esa magia angelada, tan esquiva como ansiada.
Tal vez, estuviera ya fatigada de tantos años de ser La Pitonisa y si ésta fuese su última vida, ya no quisiera más vértigo y frenesí. De todos modos, sé que no me olvidará, sé que, en tanto haber sido su última elección, fui la mejor de sus obras, la que completó el círculo, la que la liberó de la condena, aunque no le salvó la vida.
Si bien fui su amante, no le robé ningún recuerdo. No la desposeí al poseerla. No le arrebaté tesoro alguno, sólo le di un impulso de amor… un mensaje en una botella, una canción melodiosa y una palabra al oído…
-          ¿Y ya no volviste a aquel bar? –me preguntó mi atento interlocutor.
-          Querido amigo, ella pudo dejar de ser La Pitonisa, pero yo no puedo olvidarla… ¿Quién te ha dicho entonces que me he ido?  Por cierto, ¿dónde crees que estamos hablando ahora? –le dije, y entonces él pidió otro café y yo, solamente un milagro…

Ricardo Tejerina / 2008