lunes, 5 de marzo de 2012

DERECHOS DE AUTOR Y DERECHOS CIUDADANOS

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            Creo que bien podemos comenzar estas líneas partiendo de la idea que transmite la transformación. El siglo XX ha sido la centuria de los cambios y avances más significativos operados por la humanidad, pero el XXI no se quedará atrás, puesto que con el correr del tiempo y mirándolo en perspectiva nos daremos cuenta de que la revolución informática recién ha comenzado y que sus derivaciones sobre las formas de comunicación e interrelación entre los hombres todavía son difíciles de predecir.
No obstante, ya podemos verificar que existe un puente entre la imprenta de Gutenberg del siglo XV y la Internet contemporánea. En el primer caso se puede observar la multiplicación reproductiva y el pasaje de la escritura artesanal a la copia masiva. En el segundo, ya no se trata de reproducciones, sino de distribución. Internet no duplica, sino que aloja y lleva los contenidos. Hoy, el mundo pasa por Internet, e Internet atraviesa al mundo. No nos sería posible en la actualidad pensar a nuestra vida sin la interacción de la gran red.
Toda la cultura de la humanidad pasa por Internet. Hace ya varios años el escritor y político francés André Malraux esbozaba la idea del museo imaginario. Esto es el acceso a todos los universos posibles a través de los medios de comunicación. Qué otra cosa nutre a Internet que no sea toda la gama de producción del hombre, ya sea que provenga del entretenimiento, el conocimiento o, incluso, de la fe.
Lo que circula por la red, más allá del contacto o la conversación virtual, son todas las expresiones de la cultura humana: la música, los libros, las películas, las fotografías, las obras de arte, las investigaciones, las noticias, etc. Todos esos contenidos, en alguna medida, tienen derechos de propiedad o de autor; ergo: además de lo que de por sí son, también adoptan la forma de mercancías transables, producidas por sus autores y/o las industrias culturales para la obtención de un beneficio.
En paralelo, la modernidad ha traído consigo toda la gama de nuevos derechos ciudadanos. Hoy el acceso a la cultura no es menos importante que el derecho al trabajo, a la vivienda, o a la alfabetización. Ya lo decía el poeta andaluz Federico García Lorca, cuando reclamaba para la sociedad “medio pan y un libro”, asumiendo que no sólo de pan vive el hombre, y que el alimento del espíritu resulta del todo imprescindible para construir la libertad.
Sucede que entre el derecho de los autores y las industrias a recibir sus regalías, está también el derecho de la humanidad toda a acceder a los bienes culturales y a las variadas y múltiples formas de manifestación que la sensibilidad humana posee. Así como es deseable lograr un marco de legalidad para cuidar a los generadores de los contenidos, también lo es avanzar hacia una cultura sin restricciones ni cerrojos, los que devienen más propios del consumo y la actividad mercantil, que del gozo sensible y espiritual.
A propósito de este tema, esto sosteníamos en una reciente publicación conjunta con otros autores, pero anterior al conflicto por los derechos de copyright que por estos días tiene lugar:
   “La explosión de las comunicaciones y la conectividad (fibra óptica, banda ancha, wifi, enlace satelital, plataformas 2.0 y otras) trajo consigo un cúmulo de nuevas actividades ligadas al arte y la cultura, aunque sensiblemente distintas: esto es todo el universo del entretenimiento y el software para computadoras personales, tabletas, e-books, teléfonos celulares, etcétera. Del mismo modo, propició el crecimiento de la consideración simbólica y el producido económico de la publicidad, la propaganda y todo lo relativo a la imagen (institucional, corporativa o individual), tanto como los dispositivos, soportes y formatos digitales por los que circula una parte cada vez mayor de la cultura propia, regional y global.
“De ese escenario surge una nueva necesidad: entender al mundo conectado por la web y resolver de un modo democrático, inclusivo y moderno, las cuestiones que ese crecimiento de escala exponencial supone para la circulación de los contenidos, atendiendo los dos extremos de la misma, es decir: los derechos intelectuales y autorales de los artistas y productores, y toda la gama de derechos culturales de los ciudadanos –resumidos en la promoción del acceso universal a la cultura– que, por cierto, alentamos con absoluta convicción.”[1] 
En suma, se trata de entender que Internet ha producido transformaciones tan drásticas, que obligan a las industrias de la cultura a cambiar para seguir. Y también, se trata de comprender que ha nacido un nuevo protagonista mundial que es el ciberciudadano: algo así como el ciudadano del mundo virtual, que no sólo se ha ganado el derecho de acceso a la cultura, sino que también es protagonista activo en el ejercicio del reclamo de lo que, legítimamente, le corresponde.
   Hasta la próxima mirada. 
El Ojo Críptico


[1] La Clave Cultural; Ricardo Tejerina y otros; Editorial Respuesta; Buenos Aires; 2011.