viernes, 22 de junio de 2012

CONFESIÓN DE PARTE

Dalí, Buñuel y Lorca por José Curia

Entre todos los artistas, me gustan los pintores. Alguna vez me dijeron con tono científico que esa preferencia mía se debía a que tengo una organización cognitiva visual y que eso hace que las imágenes tomen una posición dominante en mi manera de entender y procesar la realidad. Puede ser, pero prefiero una razón más simple: me gustan los pintores porque me ilusionan con sus paletas y sus telas. Al fin y al cabo, es mi gusto y también mi deseo; no tengo por qué someterlos a la cuadratura del círculo ni al Teorema de Pitágoras.
Y sí, me gustan los pintores. Dalí, por ejemplo, es mi preferido; pero también Picasso lo es; y Modigliani (¡Cómo me gusta Modigliani!); y van Gogh… me encanta Vincent (la pintura del café de Arlés es mi favorita). Si puedo continuar, les diría que admiro a Picabia, que cuando descubrí a Klimt me di cuenta de que la pintura es otra cosa; y que con el tiempo me enamoré de los impresionistas como Renoir, Manet y Monet. En tren de confesiones declaro que no hay brumas como las de Turner, ni figuraciones como las de Rossetti y Collier. Pero, ¿cómo olvidar a Delacroix, a David y a Ingres? Sería imperdonable, porque con ellos entendí más y mejor las contradicciones de la Revolución Francesa (¿existe alguna revolución más romántica? No lo creo. Como tampoco creo que exista un héroe revolucionario más impactante que el Che).
Digresiones al margen, ratifico el fanatismo que siento por el romanticismo alemán. Adoro a Friedrich y al caminante sobre el mar de nubes.  También a Ernst Kirchner y a Munch… Amigos, El grito es, sencillamente, impresionante. Si me permiten, también les diré que no concibo la posibilidad de excluir de mi lista a Kandinsky y a Mondrian. Tampoco a Malevich.
Pero, si no les dijera que mi debilidad son los muralistas mexicanos, con Siqueiros, Orozco y Rivera a la cabeza, estaría faltando a la verdad. Del mismo modo lo haría si no les contara que Frida y Tarsila son dos estrellas brillantes que inflan mi pecho americano. Y ya que por aquí andamos, no tengo más que asumir que mi sincera devoción se encamina sin resuellos hacia Emilio Pettoruti y Xul Solar.
A esta altura, ya no sé muy bien por qué he escrito esto, que no es un cuento, ni una poesía, ni un artículo. Sólo es un pensamiento escrito. Una bitácora de la memoria que me permitió una ensoñación con las obras de todos estos artistas impresionantes. Claro que sé, que cuando lo relea me daré cuenta de que he caído en flagrantes omisiones. Pero no ha sido el cometido de estas líneas hacer historia del arte, sino sólo contar lo que me venía a cuento.
Sólo decirles que entre todos los artistas, me gustan los pintores. Y me gustan porque nada representa mejor a la “Creación” que la pintura misma. Piensen, si no, en el cielo tan celeste y en el mar tan azul. En las montañas que desnudan todos los ocres y en la tierra colorada que se hermana con el verde césped, bajo los rayos amarillos del refulgente sol. Ese mismo astro rey que calienta las arenas blancas del desierto y se esconde hasta la mañana siguiente en la negrura de la noche.
Por todo ello, y por su inspiración y sus colores, jubiloso declaro: ¡me gustan los pintores!
Hasta la próxima mirada. 
El Ojo Críptico

jueves, 14 de junio de 2012

SERENDIPIDIA


Vincent van Gogh


Buscaba. ¡Cuánto más difícil es buscar en la inmensidad de la nada! ¡Y cuánto más decepcionante es buscar sin saber qué es lo que se busca! Ningún hallazgo entre trivial y más o menos interesante podía satisfacer esa carrera alocada, esa persecución incesante de un encuentro imposible. El que no sabe qué busca, nunca repara en lo que encuentra, pues nunca es eso lo que buscaba, y por ende nada lo contenta. Es la tautología de la pérdida eterna. Si hasta el alquimista, aun decepcionado por la falta de manifestación del elixir, sabe qué es lo que pretende descubrir. Pero él no, él no lo sabía, porque en verdad él no era el buscador, sino, el potencial hallado. Hay quienes creen ser perseguidores, pero en realidad son perseguidos. Cuando reparó que a él lo encontrarían tuvo su serendipidia, que es, precisamente, el hallazgo afortunado de lo que no se buscaba. Y, entonces, tendido bajo la Cruz del Sur, fue feliz.

Ricardo Tejerina / 2012

miércoles, 6 de junio de 2012

GESTIÓN CULTURAL: ¿QUÉ ES ESO?


René Magritte


          Hazte la fama y échate a dormir. Apelo al refranero popular para darle entrada a lo que quiero comentarles. Cuando hemos transitado un largo camino en alguna profesión es bastante común que en reuniones u otros encuentros sociales surjan preguntas vinculadas con la actividad que uno desarrolla. Los médicos atienden consultas espontáneas en cumpleaños y bautismos, los abogados son requeridos por consejos sobre accidentes de tránsito, a los contadores se los indaga respecto de los impuestos… a mí me vienen los temas culturales, que son un poco menos concretos pero bastante más entretenidos, porque pueden resultar muy interesantes.
Una vez en una charla que se desarrollaba sin fisuras ni altibajos alguien me espetó: “¿qué es eso de la gestión cultural?, pues me suena a verso”.  A fe les digo que remontar ese prejuicio no resulta sencillo, toda vez que las profesiones más bien nuevas tienen más por hacer hacia el futuro, que para mostrar sobre el pasado. Algo similar me pasó en un aeropuerto internacional, cuando en Migraciones me solicitaron que dijera la actividad laboral a la que me dedicaba y dije “gestor cultural”, me pareció que a la atenta dependiente estatal le sonó más extraño que si hubiera dicho astronauta o físico cuántico.
Estos episodios –y otros muchos que obviaré para no aburrir con ejemplos– me han llevado a reflexionar sobre la gestión cultural como disciplina. Técnicamente es una carrera que puede tener una parada en las tres instancias de la educación superior. Es decir: puede ser Tecnicatura, Licenciatura o Doctorado. En la instancia de pregrado se hace hincapié en las condiciones prácticas; en la de grado en las cuestiones teóricas; y en la de posgrado en una fusión de ambas, más el aporte de la investigación profunda, que ayude a vislumbrar nuevos horizontes a partir de hallarle respuesta a viejos interrogantes.    
Pero, específicamente, ¿en qué consiste gestionar cultura? Veamos, todos sabemos que hay artistas de diferentes lenguajes: músicos, plásticos, actores, escritores, etc. Asumimos también que conocemos que los Estados, las empresas y las organizaciones no gubernamentales accionan en la vida cultural y artística de la sociedad, y tienen instituciones, áreas, departamentos, o usinas generadoras de bienes simbólicos (así llamaremos a los elementos culturales, aunque naturalmente la mayoría de ellos tienen un soporte material producto de una industria cultural que los contiene). Todas estas actividades se gestionan, así como las empresas de cualquier índole tienen sus ejecutivos, los sectores cultura y arte también tienen la necesidad de profesionalizar la actividad, la que todavía hoy es campo orégano del diletantismo.
Un gestor cultural es un “bicho raro”, porque navega a medias entre el simbolismo de los lenguajes artísticos junto a la polisemia de la cultura, y la ortodoxia profesional propia de la gestión. Es promotor, impulsor, facilitador, productor, divulgador y difusor, pero también es sensible a una inclinación de gusto, cultor de una estética y defensor de una ideología. La masa crítica con la que trabaja no es un producto corriente, sino que son bienes portadores de sentidos, constructores de ciudadanía y soberanía, y generadores de significados. No es un vendedor ocasional, sino un consecuente trabajador propagador del universo simbólico con el que se relaciona e interactúa.  Pero, también es un profesional que ofrece su capacidad y especialización laboral, por lo que debe ser remunerado por ello y tener de igual modo un campo de acción en la órbita pública y privada donde poder desarrollarse y crecer en base a méritos.
Esto no implica que no puedan existir los “gestores empíricos”, que son aquellos que se formaron por fuera de las instituciones académicas, pero que a fuerza de necesidades y por prevalencia del ingenio y la imaginación lograron hacerse diestros en la conducción de organismos o proyectos artísticos y/o culturales. No se trata pues de alambrar un territorio pequeño para lo que algunos llaman despectivamente “la casta profesional”, sino de agrandar hasta los límites más distantes el campus donde la profesión se consolide y valore, aceptando las diversas vertientes del saber real. Sin embargo, como en toda actividad seria y eficiente, debe entenderse que la capacitación formal y el perfeccionamiento en las competencias estructurales propias del área son el camino a seguir en el porvenir, dado que no es recomendable apoyarnos en convicciones meramente intuitivas, sino en  gestores calificados y permanentemente actualizados.
La gestión cultural es una de las disciplinas que más crecerá en el futuro próximo, puesto que el siglo XXI es la centuria en la que los bienes simbólicos alcanzarán su mayor proporción a partir de los procesos de mundialización de la cultura y de avance tecnológico.
Si la cultura es toda la producción material y simbólica del hombre, efectuada a través del tiempo y el espacio, con el propósito de comunicarse, interactuar y generar significado, no existe mayor desafío para ella que los tiempos que se avecinan.
Hazte la fama y échate a dormir, enhorabuena que hablemos de cultura. Lo importante no es estar de acuerdo, sino estar de acuerdo en lo que es verdaderamente importante.
La seguimos pronto.

Ricardo Tejerina

viernes, 1 de junio de 2012

DUENDES


Francisco de Goya y Lucientes


La espesura del bosque
el crepitar de la flama
rincones de almas en pena
y allende,
la soledumbre.
Paisaje de raíces yertas
reverberos de sonidos idos,
en la tierra de los druidas,
un hombre
aguarda al que fue,
imagina.
De ritos de elementales
de agua, de tierra,
de fuego,
el duende cabalga el aire,
y afuera, la noche,
¡grita!

Ricardo Tejerina / 2012