sábado, 8 de septiembre de 2012

EL TIEMPO Y EL SER

Cinco amigos, un ritual y un registro fotográfico que ya lleva 30 años. O de cómo el tiempo es parte inescindible del ser desde sus distintas dimensiones.


El paso del tiempo deviene en una suerte de misterio cuya evidencia es abstracta y fáctica. La abstracción es la forma en que medimos a ese arcano temporal: los relojes y los calendarios nos ayudan en esa ingrata tarea; el aspecto fáctico es –literalmente– el envejecimiento.
El afamado escritor ruso nacionalizado estadounidense Isaac Asimov (1920-1992) solía decir que el paso del tiempo también era una cuestión de percepción; es decir: que no corría a la misma velocidad cuando se trataba de un placer que de una carga. Asumo que comparto plenamente el juicio del autor de Yo, robot y El hombre bicentanario, entre otras obras tan lúcidas y singulares.
La introducción viene a cuento porque en esta entrega quiero compartir con ustedes las sensaciones que me produjo el haber visto en Internet (Yahoo, Infobae, y otros) un curioso –y emotivo– ritual que desde hace 30 años llevan a cabo cinco amigos a orillas del Lago Copco en California, EE. UU. Estos, cuando muchachos, se tomaron una fotografía en la que se los ve sentados uno al lado del otro, en una típica toma de vacaciones compartidas. Cinco años más tarde repitieron la instantánea –en el preciso sitio y ocupando las mismas ubicaciones– y así lo han hecho hasta actualidad con intervalos de un lustro.
Las seis fotografías existentes representan 30 años, esos que comenzaron con la lozana juventud y que en el presente dan cuenta de las dignas madureces de los cinco amigos, otrora jóvenes. A fe digo que me resultó muy interesante la experiencia, pero no sólo por el registro del paso del tiempo –que ya de por sí es una grandísima idea– sino por el juramento de continuar con el ritual fotográfico hasta que viva el último de ellos.
De modos distintos, encuentro en la ocurrencia las dimensiones fácticas y abstractas del tiempo: las fotos –el registro– son el elemento tangible, la evidencia del tiempo ido con las secuelas de cambios fisonómicos de los protagonistas; por su parte, el juramento de continuidad de la ceremonia cada cinco años es el avance sobre la abstracción, el dominio sobre la dimensión simbólica. En buena medida es la lucha del hombre por darle sentido al fugaz cronómetro con que la vida nos cuenta los días.
Seguramente, muchos de nosotros acostumbramos a tomar fotografías de nuestros seres queridos, de nuestras mascotas, de los lugares que visitamos, de los festejos, etcétera. Cada una de ellas ha detenido el tiempo, ha convertido al instante en una imagen, pero una imagen con sentidos, pues la mera contemplación activa recuerdos y emociones que suelen jugarnos aleatoriamente buenas pasadas y también de las otras.
Sin que haya sido un fin en sí mismo, lo que a priori era un artículo algo más superficial, se convirtió en una suerte de reflexión metafísica, porque el tiempo siempre nos obliga a ir al nudo gordiano de la existencia, al plano ontológico y holístico, al recóndito universo donde campea el ser. No obstante, ruego a mis lectores que no juzguen a estas líneas con la severidad intelectual, sino que, más bien, déjenlas transcurrir por el plano de las menos exigentes y más elocuentes emociones.
Pues entonces, si de hechos y abstracciones hablábamos, diré que las fotografías son imágenes fácticas de los "recuerdos del pasado"; y que la imaginación es aquello abstracto que nos proporciona las imágenes de los "recuerdos del futuro". Tal vez el leit motiv de los cinco amigos, que cuando decidieron –ayer– se pensaron en el mañana... algo similar a lo que todos solemos hacer, aun sin fotos ni promesas, y sin saber a ciencia cierta si llegado el caso podremos dar cuenta presencial de nuestra propia existencia.
Hasta la próxima mirada. 
El Ojo Críptico