jueves, 13 de diciembre de 2012

SE PRESENTÓ EL CARNAVAL DEL DIABLO


Con una gran convocatoria merced a un público exigente y numeroso, se presentó ayer, 12/12/12, en pleno Centro de la Capital Federal, la nueva novela de Ricardo Tejerina, El Carnaval del Diablo. Se contó con la presencia -entre otros destacados asistentes, amigos y allegados del autor- del prologuista, el antropólogo y ensayista Lic. Ricardo Santillán Güemes, el Director de Proteatro y de Mecenazgo de la Ciudad de Buenos Aires, Dr. Juan Manuel Beati, el artista plástico José Curia y la escritora y poeta Marita Rodríguez-Cazaux. La presentación fue producida por la gestora cultural Isabel Noya y auspiciada por el EL FRENTE, el CETyL y el Centro de Profesionales por la Identidad Social (Ceprofis), que acompañaron a Ricardo en el lanzamiento de esta singular propuesta narrativa que promete ganarse un lugar destacado entre las nuevas ficciones contemporáneas. Como alguna vez dijo el querido músico argentino, Gustavo Cerati: ¡Gracias, totales! Publicó Dunken, diciembre de 2012. 

El Carnaval del Diablo, la novela.

Ricardo Santillán Güemes, José Curia,
Ricardo Tejerina y Juan Beati.
Marita Rodríguez-Cazaux, que leyó con emoción y énfasis
un fragmento de la novela, junto a Ricardo Tejerina.















PRÓLOGO de El Carnaval del Diablo,
a cargo de Ricardo Santillán Güemes


“La actividad de la imaginación no se parece a un dibujo  estático, sino que se asemeja más a un tipo de “juego” que incluye una sutil orquestación de sentimientos”. David Bohm y D. Peat

“El poder de la ficción consiste en abrir la cosa para que quepa el mundo”. Luis de Tavira

La primera frase pertenece a dos importantes físicos contemporáneos dialogando acerca de la creatividad y la segunda a un teatrista y las elijo como recurso para prologar, si es que es posible la acción de “prologar”, en este caso esta novela de Ricardo Tejerina.
Dentro del campo de la creatividad se suele distinguir entre fantasía, donde todo se torna “infinitamente” posible, pero con un peligro latente, el de perderse y enredarse en una nadería intermitente, e imaginación creadora en donde ese fantasear se autolimita para parir una forma estética. Y esto es lo que alcanza Ricardo pero con ciertas características que quiero esbozar y al mismo tiempo celebrar.
Porque el “juego” que propone Ricardo no se da en el vacío y en su “sutil orquestación” confluyen, además de sentimientos, infinidad de ideas, valores y otras referencias de alta relevancia.
Más que prologuista sería un traidor si adelantara la intriga pero nada develo si, retomando la frase anterior, doy cuenta y amplío algunos de los flujos que se orquestan para configurar el nuevo “mundo” creado. 
Antes que nada es importante destacar que el autor ejerce “el poder de la ficción” con una fuerte convicción y haciendo uso de lo que podríamos denominar una imaginación creadora situada. Porque echa raíces en un territorio –Caseros, actual Partido de Tres de Febrero, Provincia de Buenos Aires– ampliamente conocido, habitado y transitado por Ricardo que lo resignifica con gran habilidad, lo que es sumamente meritorio en tiempos de globalización exacerbada. De esta forma los personajes, protagónicos o no, dan cuenta de una diversidad cultural aún presente en el citado espacio aunque con menos conflictividad que en 1928, año clave en la novela, cuando los tanos “cocoliches” se peleaban con los “gauchos” y el pueblo vivaba al Peludo Yrigoyen.
Asimismo es importante comentar que estas referencias políticas e históricas se orquestan sin esfuerzo con un entramado poético que da cuenta tanto de los jardines en los fondos que aún hoy pueden seguir albergando misterios de toda laya, dulces y/o amargos, como de las complejas e intrincadas texturas del silencio y del amor.
Pero quiero detenerme en otra acertada y bien tratada presencia a lo largo de la novela: lo transhistórico. Porque el autor nos introduce con maestría en esa zona transpersonal donde habitan los símbolos vivos, por no decir lo arquetípico, lo mítico simbólico, pero no actuando en el vacío o en un regodeo intelectual, sino en función de la intriga y la cotidianidad de los personajes.
Así se sacan chispas las luces y las sombras, lo apolíneo y lo dionisíaco, la vida y la muerte pero más que nada el Carnaval…y el Diablo.   
Como es sabido en todas las culturas del mundo se distinguen, aún hoy, dos maneras opuestas pero a la vez complementarias de instalarse en el espacio y en el tiempo: una predominantemente “profana” y cotidiana que tiene que ver con la satisfacción de las necesidades básicas y, por lo tanto, está relacionada con el  mundo del trabajo (el “yugo” en la jerga popular urbana) y otra predominantemente “sagrada” y extracotidiana ligada a los territorios del juego, el rito y fundamentalmente  la fiesta y otras expresiones a través de las cuales se satisfacen necesidades de otra índole: expresivas, simbólicas, de liberación, de expansión y/o energetización. Una “otra zona” o esfera vital donde se hace otro uso y se significa de otra manera tanto el espacio y el tiempo como el resto de los elementos culturales, incluyendo los cuerpos que se tornan otros.
Y la fiesta de las fiestas es, justamente, el Carnaval tan bien retratado por Tejerina con sus desbordes sensoriales y sensibles, su rítmica, músicas, danzas, coloridos,  gestualidades, “teatralidad”, derroche y, fundamentalmente, con un juego muy bien jugado en la obra: el de la inversión de roles.
En tiempos de Carnaval el pueblo agitado y ruidoso promueve el nacimiento y el contagio de una exaltación que se traduce en todo tipo de excesos: en la comida, la bebida, el sexo, la danza pero también el canto, la solidaridad y los abrazos. El Carnaval puede considerarse como un darse vuelta (Pachakuty dirían en el noroeste argentino) que posibilita un regreso al caos primigenio en función de recosmificar la vida. De “cargar las pilas” dirían en mi barrio que también tenía jardines misteriosos en los fondos de las casas.
Teniendo en cuenta todo esto es que me animo a decir que en la novela de Tejerina la Fiesta, con mayúsculas, es casi una “presencia” protagónica, además de una matriz cultural que facilita la parición de tramas y personajes. Y el Diablo, porque justamente forma parte de la creencia popular el afirmar que éste anda suelto en el espacio de tiempo carnavalero.
Pero también me animaría a decir, sin traicionar ni adelantar ninguna clave, que hay un choque de Diablos o de “diablitudes”. Una ambigua situación de atracción y rechazo entre el Diablo festivo, algo así como el Pujllay del noroeste argentino y el Diablo siniestro, egoísta, materialista, necrófilo y representante del poder a ultranza; algo así como el llamado Familiar en el noroeste que, sintetizando, podría caracterizarse como el Diablo de “los patrones”, esos que niegan la vida y aman la negritud del poder por el poder mismo.
Esto, desde mi punto de vista, es otro hallazgo de la novela que incluye tal como sucede en el tiempo de la fiesta múltiples rituales, algunos de los cuales pueden convertirse en sacrificiales…
También es imprescindible recalcar la relevancia que adquiere en el sostenimiento del “mundo” creado por Ricardo una intertextualidad fresca, rítmica y sin desmesuras. Porque sin esfuerzos en la novela se escuchan y se entrecruzan voces potentes como las de Poe, Cortázar, Borges y más que nada la voz de un poeta “maldito” que colabora a develar misterios desde la profundidad de lo poético: Charles Baudelaire.
Para terminar sólo me resta celebrar de corazón la aparición de esta nueva novela de Ricardo Tejerina, agradecer la convocatoria a la imposible acción de “prologar”, e invitar a todos a comenzar la lectura del texto montados en esta frase del citado Baudelaire, porque uno nunca sabe: “La mayor astucia del Diablo es convencernos de que no existe”.

RICARDO SANTILLÁN GÜEMES
Septiembre de 2012