Los debates del arte siempre resultan complejos. La categoría arte, tal como la concebimos en Occidente implica una valoración sensible y jerárquica. En esta entrega el autor examina el rol de “una Cenicienta del arte” como lo es la caricatura. En el transcurso de estas líneas debatiremos si esos dibujos satíricos y levantiscos son en verdad un arte.
El reciente fallecimiento del creador
de Anteojito, Hijitus, Larguirucho, o Petete y Trapito, entre otros, Manuel
García Ferré, ocurrido el pasado 28 de marzo en la ciudad de Buenos Aires, y
los 75 años recién cumplidos de Superman, me hicieron volver a pensar en la
caricatura y en las historietas.
La Real Academia Española define a la
palabra “caricatura” como: “Figura ridícula en la que se deforman las facciones
y el aspecto de alguna persona”. Si bien este concepto ha tenido algunas
variaciones muy sensibles, lo concreto es que la lengua castellana asocia a la
caricatura con lo ridículo y lo deforme, y siempre en relación con las
personas. Es decir, se le da cierta categoría vulgar y se le asigna
exclusividad representativa de figuras humanas.
Dado entonces que el vocablo
caricatura estaría referido particularmente a la representación de las
personas, es que historieta (una suerte de historia menor) sería la palabra que
contendría todas las demás situaciones que incluyan, naturalmente, a la típica
caricatura. Así sucede también en el inglés con caricature y cartoon. No
obstante, y volviendo al castellano, queda de manifiesto que ya desde el origen
la caricatura y la historieta han tenido que luchar por ganarse un lugar
decoroso, dada la carencia de lustre, linaje y estirpe que sufren también
dentro de la lengua.
Tradicional e históricamente, las
llamadas artes mayores –identificadas
fácilmente por la grandiosidad, el peso o el tamaño– han sido la arquitectura, la
escultura y la pintura. Las otras, las demás, las humildes y pequeñas artes menores como la cerámica, el esmalte, la
orfebrería, la alfarería, etc., eran actividades artesanales que
derivaban de los oficios y técnicas originales, y que, en el mejor de los casos
podían ser consideradas decorativas, aunque con mucha dificultad, ya que
resultaba muy complicado sustraerlas de otro sentido que no fuera el utilitario
más doméstico.
Pensar que los egipcios,
mesopotámicos, griegos, etruscos y romanos ya contaban historias apelando a las
“modestas vasijas”. Un utilitarismo diferente pareciera. Cientos de años
después, Pablo Picasso pintaría con gran sensibilidad hermosos jarrones… y ya
serían muchos menos los que discutirían la categoría de obra de arte de cada
una de esas piezas.
Volviendo por la senda, así las
cosas, adquieren gran importancia las consideraciones de Baudelaire sobre la
caricatura (el llamado poeta maldito escribió una obra paradigmática al
respecto: “Lo cómico y la caricatura”, además de ser él mismo un muy diestro
caricaturista). Destacaré apenas una sola de sus ideas entre tantas impecables;
aquélla que ponderaba, al punto de considerarla gloriosa, la realización de una
historia general de la caricatura y un repaso de las relaciones de ésta con los hechos políticos y religiosos y de cualquier
otra naturaleza que hubieran agitado a la humanidad.
Tampoco puedo
soslayar en este sucinto racconto a los Caprichos
de Goya, puesto que al contemplarlos no se puede menos que trazar un puente
imaginario que une los tiempos de nuestro discurso con aquellos otros y que, de
algún modo, también hace que se embellezca, aun más de lo que merece.
Advertimos
entonces que la caricatura no nació para ser flor de un día, por el contrario,
su amplitud expresiva y diversidad temática, no desprovistas de las
controversias aludidas, la convierten y ubican, no obstante y por derecho
propio, como un icono de la cultura contemporánea.
Hasta la próxima mirada.
El Ojo
Críptico