En agosto llega el primer libro de la poeta
mendocina Lidia Funes Bustelo, Poemas de
Tierra y Cielo, un volumen que jerarquiza la creación poética del interior
de nuestro país. En el habitual espacio de El
Ojo Críptico compartimos el prologó que realizara ad-hoc Ricardo Tejerina.
Publicó Editorial Dunken.
En la vida hay causas y efectos. Es
verdad, no descubro nada al afirmarlo, pero es necesario tenerlo muy en cuenta
para poder comprender cabalmente todo lo que sigue…
Cuando Lidia Funes Bustelo me invitó a
prologar esta obra, me recordó que yo la había seleccionado para integrar la
antología Letras del Face V (Editorial Dunken, 2014). En aquella ocasión
escogí su poema “He nacido poeta”, por cierto una de las propuestas destacadas
del volumen que compiló a una interesante cantidad de obras, cuyos autores las
compartieron originalmente a través de la red social Facebook. Siempre creí en
ese proyecto editorial; otros tantos anteriormente y Lidia ahora, confirmaron
mi vaticinio: “Las mejores expresiones de la red, se volverán libro”. Dicho y
hecho.
Con la autora compartimos, pues, la
integración final de su libro. Teniendo a la distancia geográfica como
dificultad (ella vive en la provincia de Mendoza y yo en la de Buenos Aires),
fue nuevamente Internet el medio que estrechó latitudes. Otra vez la red, como
mediadora tecnológica, jugó su preponderante papel.
Fue así que compartimos digitalmente
pareceres, conceptos y hasta ideología, para conseguir darle forma final a lo que
hoy es Poemas de Tierra y Cielo.
Tratamos de no dejar nada librado a la
ventura azarosa, pues publicar un libro no es algo que pueda tomarse a la
ligera. Todo lo contrario: se trata de un cometido de tan singular importancia
que el sólo hecho de emprender la idea y realizarla, ya implica colocarnos en
un lugar visible de la gran historia de lo escrito, esa misma que acredita a la
fecha pujantes cinco mil años. No es ello, entonces, poca cosa.
Todos tenemos una historia de vida que
acompaña a nuestra impronta creativa. Más aun, esas historias de vida son
inescindibles del proceso creativo individual. Esto es así, porque el artista
es –también y entre otras cosas– un testimoniante de su época y,
parafraseando a Ortega, de sus circunstancias. Pregunto, entonces: ¿Puede,
acaso, el poeta dejar de batallar contra las injusticias de su tiempo presente
o pretérito, valiéndose de su pluma, sus metáforas y sus versos? Por supuesto
que no puede, y si lo hace, si no se entrega a esa lid, sinceramente a bien
tendría no llamarle poeta, aunque sus rimas fueran perfectas, bellas y
musicales.
Sepan, pues, amigos lectores, que este
libro es hijo de la resiliencia, tributario de esa capacidad humana consistente
en sobreponerse a las más exigentes y opresivas adversidades. He allí, el signo
de esta poeta.
Y designo a Lidia como poeta, no sólo
por la virtud de su lírica –que también la tiene–, sino por “confesar que ha
vivido”, como diría el recordado Pablo Neruda; y por haber hallado en el
sufrimiento y ardor de la vida, la simiente y fecundidad de su poesía.
De allí surgieron y se propalan poemas
tales como: “Autobiográfico”, Tu nacimiento”, “A mi hijo Amir”, “Alejandra” o
“Infancia”, en los cuales la autora le da carnadura a sus versos más
intimistas; o también “Asesinos, asesinos”, “Malvinas” y el entrañable “Los
hermanos mayores”, en los que ofrece su pecho enhiesto a la historia, sin
sumisión ni dobleces. También, lega la poeta –enhorabuena– un racimo de versos
dedicados al oficio de escritor y a la laboriosidad del escribidor vargasllosiano
que pugna por un mejor destino, es el caso de: “Escribimos” y “Café
literario”. Y, desde ya que no falta en este poemario la problemática de
género, la que se expresa vívidamente en: “Mujer”, “Oscuridades y caos” y
“Marioneta inmóvil”; ni tampoco la confesión de su fe (“María, reina y señora
de todo lo creado” es en sí un rezo); para desembocar en la que es, tal vez,
una de sus composiciones más sencillas, pero al mismo tiempo más logradas:
“Árbol amigo”, ésa que a valoración de quien suscribe, es la manifestación más
elocuente del sentido universal de la poesía, junto a cuatro versos “sin
título”, que desnudan sensualidad y poética, construyendo de tal modo una
perfecta alegoría de los recuerdos:
“Y vienen a posarse
en mi copa de vino,
y me hacen el amor,
sin pedirme permiso”.
Les decía al comienzo, que en la vida
hay causas y efectos. A ello apunta Poemas de Tierra y Cielo, a
confirmar aquellos imponentes versos de Francisco Luis Bernárdez, esos que
todavía inflaman nuestras emociones y nos humedecen los ojos, al tiempo que
buscan cobijo en nuestro pecho; pues por la belleza y profundidad de ellos
todos hemos comprendido que:
“(...) lo que el árbol
tiene de florido,
vive de lo que tiene
sepultado”.
Son causas y efectos…
Es palabra de poeta.
Hasta
la próxima mirada.
El Ojo Críptico